martes, 16 de marzo de 2010

Mi conflicto interno con la humanidad

¡Qué paradójico es convivir con sentimientos tan encontrados como es mi profunda decepción de la raza humana y mis sinceros deseos de ayudarla en lo que se pueda!
Honestamente es feo, pero transparente lo que estoy admitiendo... Pero en serio, quiero ayudar.
Y de verdad, no me olvido que yo mismo soy parte del desastre que somos como raza. Es eso, el ser parte de este mundo, MI mundo (me guste o no), es lo que me compromete a dar de mi esfuerzo para ver si en algo, por más pequeño que sea, puedo ayudar, aportar, bendecir, edificar, alegrar a mi raza.
Oportunamente pienso en las palabras del cantautor chileno Alberto Plaza: YO VOY A CAMBIAR EL MUNDO, VOY A EMPEZAR POR MÍ.

jueves, 4 de marzo de 2010

Mi primer cuento :P

La jornada era normal. Aquella clase de lenguaje se desarrolló de forma típica, salvo por un interesante diálogo que protagonizaron la profesora Luisa y el alumno Ignacio, mientras la maestra revisaba la tarea de sus alumnos. Cada estudiante debía acercarse al escritorio de la profesora con su cuaderno para dicha revisión.

Al momento de acercarse Ignacio, la profesora, junto con felicitarlo por haber cumplido la tarea, le hizo un comentario ameno y anecdótico:
-¿Sabes qué, Ignacio?
-¿Qué?- respondió el muchacho.
-Te pareces a un hijo mío- señaló la maestra, adjuntando una sonrisa.
-¿En serio?- dijo Ignacio con cierto asombro.
-Sí- respondió la profesora- Tu rostro, tu cabellera y el color de tus ojos son muy parecidos a la apariencia de mi hijo.

El muchacho, mientras acomodaba su cuaderno para volver a su asiento, le preguntó a la maestra:
-¿Y su hijo cómo se llama?
-Jorge- dijo ella.
A lo que Ignacio añadió:
-¿Y a qué se dedica? ¿Cuántos años tiene?
-Él ya salió del colegio. Ahora estudia ingeniería en la universidad. Está en tercer año y tiene 22 años- respondió la maestra.
Ignacio sonrió gratamente sorprendido.


***
Un par de semanas después, al final de la clase, en el ratito que transcurre entre el término de la exposición pedagógica y el timbre, Ignacio se acercó a la profesora, y le hizo un comentario que hizo reflexionar a la maestra:
-Profe, usted me dijo que me parecía a su hijo.
-Así es- dijo ella.
-Oiga, profe, puedo entender que me parezco físicamente a su hijo, pero me pregunto algo...- señaló Ignacio.
-¿Qué te preguntas?- expresó la maestra.
Ignacio respondió:
-Me pregunto si mi parecido con su hijo le hace recordar el lado bueno o el lado malo de él.
La profesora quedó impresionada, ya que no es muy común hallar tal profundidad de pensamiento en un alumno de quince años.
La maestra Luisa, con un carisma y una sabiduría muy singular, le respondió a Ignacio:
-El que me recuerdes lo bueno o lo malo de mi hijo depende exclusivamente de ti.
-¿Cómo así profe?- preguntó Ignacio.
La maestra contestó:
-Si decides hacer el bien, me recordarás la parte buena de mi hijo; si decides hacer el mal...
-Le recordaré la parte mala de su hijo- completó Ignacio.
-Exactamente- dijo ella.
Si bien Ignacio quedó pensativo con tan particular respuesta, luego de unos segundos de meditación, añadió una nueva interrogante al diálogo:
-Pero, profe, ¿cuáles son las características positivas de su hijo?
Ella señaló:
-No importa cuáles sean las cosas positivas de mi hijo, porque si tú decides ser bueno en lo que hagas, sí o sí te vas a parecer a él en su lado positivo.
-Pero, profe, por más que yo haga cosas buenas, ¿cómo voy a saber si me parezco a su hijo, si no sé qué cualidades tiene específicamente?- expresó Ignacio.
La profesora le contestó con dulzura y profundidad:
-Las buenas personas siempre se parecen, Ignacio.
-¿En qué, profe?- preguntó el quinceañero.
La maestra dijo:
-En el bien que le hacen a quienes los rodean y al mundo, no importa cómo expresen ese bien.
***
Andrés Yáñez
(Mi primer cuento)