lunes, 3 de septiembre de 2012

Certeza onírica

Era de noche, y había un poco de viento. Yo había asido con mis manos algo así como unas hélices de plástico, que yo hacía girar. Pero no era por las hélices que lo lograba, sino por algo que no sé cómo explicar. Yo simplemente lo decidía, cuando quisiera, donde quisiera, a la altura que se me antojaba. Yo volaba. Y es curioso, porque dejaba de hacerlo cuando empezaba a dudar de si podía hacerlo o no. Pero cuando ni quisiera sospechaba de esas dudas, volaba. E insisto, lo hacía cuando quería. La única dificultad era la duda. 

Esa noche quise salir a volar (como quien sale a caminar un rato). Y no sé por qué, pero geográficamente estaba cerca de la Villa Los Andes, conjunto habitacional donde yo viví de los 6 a los 7 años. Y me acordé de que ahí vivió toda su vida una amiga de mi escuela, la Anita, así que mientras volaba decidí pasar sobre su casa, a ver si la veía. Y la vi. Ella estaba sentada sobre la cama, con sus piernas sobre la cama, y el mentón apoyado en sus rodillas y rodeando con sus brazos sus piernas. Su cama estaba muy cerca de la ventana del segundo piso de su casa. Tenía la cortina abierta y la luz de su pieza encendida. Estaba en silencio. No sé cómo supe, pero lo supe así en el sueño, que ella estaba tomándose un rato para estar sola, en silencio, mirando a las estrellas. La vi reflexiva. Y cuando pasé sobre su casa, era demasiado evidente que ella me notaría. Así fue. Yo la saludé con la mano y ella me correspondió el saludo. 

Luego volví a mi casa, en la Avenida Collín. Esas hélices de plástico me ayudaban a direccionar mi vuelo. Pero es raro, porque no recuerdo cómo yo las hacía funcionar. Pero esas hélices cumplían ese papel. 
En mi casa, le demostré a los que estaban ahí que yo podía volar cuando quisiera. Me elevé algunas veces para que ellos constataran que no mentía. 

Pero esa sensación interna, eso que pasaba dentro de mí cuando yo me elevaba, eso era indescriptiblemente hermoso. Era una sensación que amalgamaba y fusionaba la certeza con la aventura. Era esa sensación que uno tiene cuando decide determinadamente algo, aunque sea medio loco, pero lo decide convencido de que esa realidad se materializa, se expresa, simplemente cuando se deja al lado el miedo, el miedo al ridículo, al fracaso. Pero no era solo no tener miedo. Era estar seguro que no podría ser de otra forma: sí o sí yo volaría si lo decidía.

Quizás recuerdo ciertos episodios de este sueño, los cuales he compartido en la presente redacción. Pero lo que más recuerdo, lo que más se me quedó en la memoria fue esa sensación interna. No sueño muy seguido, pero cuando lo hago, sueño, no sé por qué, cosas negativas. Pero este sueño fue lindo. Hace mucho que no soñaba algo lindo. Esa sensación interna que tenía cuando estaba a punto de volar y que se sostenía cuando volaba, era hermosa, era plena. Era seguridad, alegría, convicción. Era fe.