domingo, 24 de julio de 2016

Veo a las personas como árboles

Les dejo el enlace de una exposición que me edificó muchísimo. A veces lleva tiempo vivir la transformación que Dios quiere hacer en el corazón para ver a las personas, no como "árboles" (como estorbo, como dignas de indiferencia, o como algo de lo cual sacar provecho), sino como lo que son: personas. Esta interesante exposición me ha instado a tener una permanente reflexión acerca de los temas a los que alude, y sinceramente creo que tomarse el tiempo de mirarla no tiene desperdicio. Ojalá que a ti también te sea de ayuda. 
Un abrazo grande. 

jueves, 15 de octubre de 2015

¡Cuántas historias!

Hace mucho tiempo -años- que he tenido ganas de escribir un pensamiento acerca de lo que a continuación leerán. Por cierto, es algo bastante obvio, nada nuevo, pero quizás a veces lo predecible, lo evidente o lo poco original de ciertas cosas es lo que le da sentido y valor a su existencia o a su reflexión. Quiero escribir en esta ocasión acerca de las historias que están contenidas en los recintos de arribo (llegada) y embarque (partida) de viajeros, y también en sus medios de transporte respectivos. Aunque suene redundante, daré como ejemplos, siempre obvios, a los terminales de buses y los buses, los puertos y los barcos, los aeropuertos y los aviones, y así. 

Este pensamiento surgió en una ocasión en que yo viajaba en un bus desde una ciudad a otra no me acuerdo con qué motivo. Creo que era para ir a ver a mi papá. Pasa que yo crecí en una familia en la que mis padres se separaron cuando yo tenía 6 años de edad, entonces para poder ver a mi papá yo tenía que viajar, o viceversa, porque vivíamos en ciudades distintas. No lo recuerdo con tanta claridad, pero sí recuerdo la sensación y la reflexión que me produjo esa situación. Me parece que vi subir a alguien al bus con un equipaje muy liviano, y creo haberlo escuchado hablar de que ese viaje tenía que ver con su trabajo. Y ahí pensé en una pregunta: ¿cuánta gente trabajará fuera de la ciudad donde vive? Y también me pregunté: ¿cuánta gente trabaja lejos de su familia? 

Pero en otra ocasión, y esto sí lo recuerdo con más nitidez, me acuerdo que murió mi abuelo por parte de papá. Mi abuelo residía en otra ciudad, y aunque en mi familia somos cinco hermanos y mi mamá, y aunque eso en sí hace muy caro un traslado familiar (imagínense, comprar seis pasajes ida y vuelta de un momento a otro), simplemente fuimos a acompañar a mi papá al velorio y entierro de mi abuelo. Con ese abuelo la relación fue lejana y la verdad es que, claro, sentimos su partida, pero más nos motivaba como familia el ir a acompañar a mi papá en esa difícil situación. Lo interesante de esa experiencia de viaje, es que yo había llegado a mi ciudad hace pocas horas porque había ido a Santiago por un asunto médico. De hecho, mi papá me había acompañado a esa diligencia. En Santiago mi papá se entera que mi abuelo estaba mal, y yo viajé a mi ciudad, y mi papá viajó a la ciudad donde vivía mi abuelo. Yo llegué a mi ciudad aproximadamente a las 18 horas, y más o menos como a las 21 horas mi papá nos llama para contarnos que mi abuelo había fallecido. Al otro día bien temprano tomamos un bus y nos fuimos a acompañar a mi papá. 

Otra experiencia interesante la viví en un medio fluvial: un viaje que hice en barco desde Buenos Aires (Argentina) a Colonia (Uruguay). Esto fue el año 2005, año en que yo empecé a vivir en Argentina. El viaje, lejos de constituir una experiencia turística, estaba motivado por asuntos migratorios. En aquel año las maneras de conseguir una visa de residencia permanente implicaban muchos requisitos, entonces la forma más sencilla de mantener la condición de extranjero legal era la de salir de Argentina y volver a ingresar al país, volviendo así a renovar la visa de turista por otros 90 días. Sin embargo, era la primera vez que yo viajaba en barco, y lo curioso es que lo hice en el anchísimo Río de la Plata. Suele sucederme que cuando voy a viajar, la noche anterior, o duermo muy poco o no duermo; así fue: la noche anterior no pude dormir. Pero yo iba a viajar en barco por primera vez en mi vida, así que, aunque había lugar y espacio dentro del barco como para acomodarme y dormir, quise mantenerme despierto todo el viaje, y quise viajar en la cubierta para ir mirando el río y nunca perder de vista la experiencia de saber que estaba viajando en barco. Ese viaje demoró tres horas, y lo compartí con varios compañeros del instituto en el que yo estudié música, porque varios éramos extranjeros (colombianos, peruanos, guatemaltecos, ecuatorianos, venezolanos, brasileños, etc.). El viaje consistía en que viajábamos en la mañana, estábamos todo el día en Colonia, y a las 21 horas volvíamos a subirnos al barco de vuelta a Buenos Aires. En ese viaje recuerdo haber intercambiado unas palabras con una pareja de chilenos que se habían casado hace poco días, y para ellos ese viaje era parte de su luna de miel. 

O sea, las razones que motivan a las personas a viajar son tantas... A veces andando en el transporte público urbano pienso: ¿Para dónde irá cada uno de los que va en este transporte? ¿Alguno se trasladará para comenzar algo? ¿Alguno se trasladará para terminar algo? Y lo mismo pienso en un aeropuerto o en un avión. 

Hablando de aviones, hace poco estuve en un aeropuerto, y yo estaba esperando la llegada de mi hermana en el lugar donde los pasajeros cruzan una puerta para salir del aeropuerto. En ese lugar se aglutinan varias personas esperando la llegada de los pasajeros. Y en un momento una mujer relativamente joven cruza la puerta, llevaba en sus manos ese carrito que hay en los aeropuertos para poder poner en él el equipaje, y cuando cruza la puerta intercambió miradas con un grupo de tres mujeres, una de las cuales tenía un bebé en sus brazos, y esa mujer que venía llegando dice "aaah", expresando evidente alegría, deja el carro de lado (a unos dos metros de distancia de las mujeres con las que había intercambiado miradas, las cuales también al verla a ella dijeron "aaah") y se funde en un abrazo estrecho y prolongado con una de esas mujeres, y sin más empezó a llorar emitiendo sollozos. ¿Ese llanto fue porque no se veían hace tiempo? ¿Qué habrá pasado durante el tiempo en que ellas no se vieron? En el fondo: ¿Qué historia (o historias) habrá detrás de ese abrazo, llanto y sollozo? Y algo que nutre esta historia, es que esa mujer usaba lentes, y al momento de abrazar a la otra mujer fue como que no importó que los lentes se empañaran o tuvieran contacto con la ropa de esa mujer a la cual abrazó con tantas fuerzas. Digo esto porque yo uso lentes, y cuando saludo a alguien suelo evitar que mis lentes tengan algún contacto con algo para que no se manchen; pero a esa mujer no le importó nada: la emoción fue superior a cualquier otra cosa. 

He sabido de personas que se van de viaje por el mundo porque acaban de divorciarse. Otros viajan por motivos de estudios. Otros viajan porque van en busca de un producto. Algunos viajan o se trasladan por motivos espirituales. Algunos huyen. Algunos vuelven. Y así, son interminables e incontables las historias que hay en un bus, en un barco, en un avión, en un tren. 

Imagino que de pronto los terminales, los puertos, las estaciones, los aeropuertos adquieren la capacidad de hablar, y se hacen amigos entre ellos y se cuentan las historias que han sabido contener a lo largo de sus existencias, y aunque habrá miles que coincidirán en forma y fondo, creo que también habrá otras miles que causarían asombro y novedad. Varias de ellas ni las hubiéramos imaginado. Y no sólo eso, sino que varias de ellas han viajado en el asiento al lado de nosotros. 

martes, 28 de abril de 2015

Como ver ese auto antiguo

Hoy viví una experiencia singular: me dirigí a tomar el transporte que me lleva desde la universidad hasta mi casa, y cuando voy llegando a la parada del bus justo estaba ahí el bus que me sirve, yo sólo debía apurarme un poco y me alcanzaba a subir en él; pero no quise apurarme, andaba sin ganas de apurarme, así que decidí simplemente esperar a que pasara el siguiente bus. Decidí esperar porque suele demorarse poco en pasar un bus tras otro; pero hoy no fue tan así, puesto que el siguiente bus demoró un poco más en pasar que lo habitual. Bueno, mientras esperé pensé que quizás hubiera sido mejor haberme apurado en tomar el bus que estaba ahí cuando yo estaba sólo a metros de la parada, y que decidí no tomar porque no quise correr. Ese pensamiento fue razonable y tenía mucho sentido, porque de haberlo hecho así hubiera llegado antes a mi casa. 

Sin embargo, mientras iba en ese bus, en el que sí me subí y que me tocó esperarlo una buena cantidad de minutos, vi pasar desde la ventana un auto antiguo hermoso. Creo que era ese tipo de auto de los años 40 o 50; no lo sé, pero era antiguo y muy placentero de mirar. 

Mientras miraba ese auto, creo que rescaté una lección de vida. Si miro atrás, claramente pude haber tomado el bus anterior: era sólo cuestión de haberme apurado un poco y habría llegado antes a mi casa. Además, ese bus iba más vacío que aquel al cual finalmente me subí. Pero también pensé: si me hubiera subido a ese bus anterior no habría podido vivir la belleza de mirar ese auto antiguo. 

Hace unos meses alguien me habló de una situación literaria que se da con frecuencia en las novelas, cuentos o crónicas artísticas: hay personajes dentro de una historia que comienzan teniendo una participación opaca o hasta negativa, pero hacia el final de la historia ese personaje hace cosas que lo reivindican, y esa situación se la puede llamar "la redención del personaje", puesto que ese giro en la vida de ese personaje ayuda a que, al terminar de leer la historia, el lector se lleve una impresión positiva de él. Pudo haber sido un desastre la vida de ese personaje, pero la resolución de hacer algo significativo y valorable contribuye a que la memoria que hagamos de ese personaje no sea negativa, sino positiva, y esto, porque ese personaje se redimió hacia el final del relato. 

Hoy, ese auto redimió mi resolución de haber esperado el siguiente bus. Quizás -y esta palabra la uso con más sentido de certeza que de probabilidad- los seres humanos pudimos haber hecho las cosas diferente a cómo finalmente fueron. La vida humana, es verdad, tiene mucho de reproducción e imitación, y muchos actuamos más por inercia que por deliberación; pero también es real que muchas cosas las pudimos haber hecho de otra forma. Sin embargo, llega un momento en que la decisión que nos frustró no se perpetua en ese destino, porque hay algo que redime nuestra historia, hay una cosa o algunas que nos devuelven, no sé si si la razón, pero sí un hallazgo de sentido a haber vivido las cosas tal como las vivimos.  

Hay historias más perfectas que otras, pero la esperanza está en saber, pienso, que la perfección es algo que se construye, no algo que viene dado o finalizado en las cosas. Hasta acá una historia determinada pudo no haber sido perfecta, o al menos fue menos perfecta que otras, pero la oportunidad de construir esa perfección que faltó no ha declinado. La sensación de privilegio que sentí hoy cuando pude disfrutar ese tramo del viaje observando ese auto le otorgó sentido a mi espera, reivindicó mi mala decisión de no haber subido al bus anterior (de hecho reitero, ese bus anterior iba más vacío que el bus al que me subí). La belleza de ese auto redimió mi elección. Si me hubiera subido al bus anterior me habría perdido ese espectáculo. Claro, habría tenido otras ventajas, pero todas esas otras ventajas ya no las voy a conocer. Mi historia registrará sólo lo que finalmente fue, y lo que hoy finalmente fue fue eso: vi un auto que disfruté mirar, y lo disfruté tanto que olvidé la probabilidad de otros posibles placeres que habría vivido en el otro bus (quizás irme sentado todo el viaje, llegar más temprano a mi casa, no haber tenido que esperar los minutos que esperé, en fin...).  

Algo, algo va a ocurrir que redima nuestras historias, nuestras carencias de perfección. Obviamente, no es que ahora siempre esperaré el siguiente bus, puesto que aprendí la lección, pero ver ese auto fue un regalo, y fue un premio de consuelo que como tal me reconfortó y me hizo sentir una sensación de "no todo está perdido". Algo habrá de ocurrir en este bus de la vida que nos haga sentir que, aunque las cosas pudieron haber sido distintas y mejores, es posible hacer el giro hacia la belleza y la perfección que en otro momento no supimos construir.  

miércoles, 4 de febrero de 2015

Hay que estar ahí

El relator de ese partido de fútbol decía: "el delantero tiene la pelota, va entrando al área, está solo frente al arquero, va a anotar, va a anotar, remataaa... La tiró afuera". Seguido de eso, uno de los dos comentaristas que acompañaban a ese relator, el cual era de profesión periodista, emitió su comentario: "no puede ser que un delantero de esa talla se halla perdido ese gol. Sólo tenía que darse tiempo, mirar el espacio y rematar. Tenía el tiempo para hacerlo, estaba solo, sin nadie que lo marcara". Luego de que hablara ese comentarista, vino el turno del segundo comentarista, el cual había sido futbolista. Él dijo: "Bueno, yo fui futbolista y fui delantero, y creo que hay que estar ahí para saber por qué uno no convierte goles en esas circunstancias". Fue tan contundente esa acotación del exfutbolista que el periodista tuvo que 'arreglar' su argumento. Es lógico, cuando habla alguien que ha vivido la experiencia tiene un peso muy distinto de quien no. 

Muchas veces hablamos y opinamos de cosas que ni siquiera sabemos una pizca de lo que implica vivir esa experiencia. Hace un tiempo una chica de mi iglesia me contó que tiene un hermano autista; no supe qué opinión decirle, no sé qué es tener un familiar con autismo. También, hace poquito, supe de un muchacho que está entrando en su adolescencia, el cual sufre de epilepsia. Él teme participar de ciertas instancias sociales porque le da vergüenza explicar por qué las evita. Otra realidad respecto de la cual me sentí "inexperienciado" fue cuando alguien me contó que estaba luchando con el cáncer; francamente no supe qué decirle. Otra cosa respecto de la cual no supe cómo reaccionar fue cuando alguien me contó que le había sido infiel a su pareja y lo terriblemente mal que se sentía de haber cometido ese error. Bueno, y así, tantas historias acerca de las que sólo atino a pensar: yo no sé lo que es eso; hay que estar ahí. 

Quizás sea fácil sentir cierta empatía respecto de personas que vivieron situaciones que a uno le generan lástima. No sé, una enfermedad, una pérdida, una tragedia, una injusticia, y cosas así. Pero cuando se trata de personas que no merecen nuestra empatía, las ganas de empatizar no fluyen precisamente. Me refiero a gente que traicionó, gente que agredió, gente que hirió, gente que fue indiferente (porque muchas veces la indiferencia lastima tanto o más que una agresión explícita), gente que blasfemó, gente que estafó, y un largo etcétera. En casos como estos últimos, no dan muchas ganas de ser empático, porque, como decía, estos casos no merecen nuestros esfuerzos de tratar de ser comprensivos, benevolentes o empáticos. Y no sólo eso, sino que también es probable que quienes cometen estos actos no siempre se sientan arrepentidos; de hecho, a veces hasta defienden sus decisiones. Bueno, al respecto me he dado cuenta que muchas personas -incluyéndome yo mismo- comenten ciertos errores de manera inocente: o sea, no se dan cuenta de lo malo que hacen. Por supuesto, muchos tienen alguna noción de que lo que hacen es malo, pero también hay otros muchos que, curiosamente, son inocentes de sus malos actos. ¿Cómo alguien puede ser inocente de un mal acto? Bueno, la inocencia está en el hecho de no ser conscientes de su maldad, de no darse cuenta de sus malas decisiones, de no saber incluso que lo que deciden es incorrecto o lacerante. Aunque suene complicado de entender, a muchas personas les pasa eso, y seamos honestos: a todos nos ha pasado alguna vez (e incluso me atrevo a decir que nos seguirá pasando en algún ámbito de la vida). 

¿Qué es enfrentar una enfermedad terminal? ¿Cómo vive una madre la pérdida de un hijo? ¿Cuánto tiempo le lleva a un asesino superar el dolor de haberle quitado la vida a alguien? ¿Cómo ayudas a un padre o a una madre a enfrentar la terrible noticia de saber que un hijo o una hija fue abusado/a sexualmente? ¿Qué sabes tú lo que es no tener durante toda tu infancia el acceso a cosas básicas como comprarte zapatos diferentes a medida que creces? ¿Qué sé yo las presiones y batallas que tienen los millonarios? ¿Por qué a Fulano le llevó un corto duelo superar la partida de su mamá, pero a Mengano le ha tomado años? ¿Sabes la rabia que se siente vivir dependiendo de un tratamiento médico durante toda tu vida? ¿Sabes la impotencia que se siente saber que tu caso hubiera sido resuelto antes, pero que no fue así sólo porque no tuviste plata para costear un abogado? ¿Entiendes lo que es estar en el suelo, hecho añicos, y que además alguien que quieres muchísimo en vez de darte la mano te dé garrotazos? O al revés, ¿sabes el dolor que te da cuando te das cuenta que azotaste a gente que en realidad necesitaba tu ayuda? 

Recuerdo hace unos años visitábamos un correccional de menores en Buenos Aires. Íbamos todos los fines de semana a compartir un mensaje de esperanza a esos niños. Todos eran delincuentes precoces. No tenían ni 18 años de edad y ya tenían un prontuario robusto. Y recuerdo un niño que había llegado ahí hace pocos días. Él lloraba. De hecho recuerdo esa situación y mis ojos lagrimean mientras escribo. Es tan fácil tirar la primera piedra a los culpables de algo. Lo he hecho, y créanme que al darme cuenta me sentí horrible. Hace poco escuché a alguien decir: "Yo jamás voy a golpear a alguien que está en el suelo". Y me sentí tan distinto a esas palabras. 

Una reflexión que escuché hace poco del pastor Danilo Montero, en su mensaje "Dale una nueva oportunidad a otros" (si tienen tiempo, búsquenlo con ese título en YouTube), él decía algo que es difícil de comprender, pero que es pertinente hacerlo: la misericordia siempre es inmerecida. Creo que cuando estemos ante otras personas, antes de lanzar la primera piedra -y aunque tengamos todas las razones y las ganas de hacerlo-, pensemos en ellas, y tratemos de ser empáticos. No sabemos lo que es enfrentar lo que ellos enfrentaron, incluso si la experiencia externamente aparenta ser la misma, porque el mundo interno de cada cual es distinto. Si llegaron hasta esa desgracia o ese error es lógico que el camino recorrido no fue uno lleno de favores. Antes del latigazo, extiende tu mano. Antes del juicio, ofrece tu oído. Antes de razonar analíticamente lo fácil que pudo haber sido convertir el gol, recuerda: hay que estar ahí. 

viernes, 26 de diciembre de 2014

Oración web

Internet nuestro que estás en el cielo, en la tierra y en el mar, 
Santificado es tu nombre. 
Tu reino ha venido a nosotros. Tu voluntad se hace en los teléfonos móviles como en los computadores. 
Danos hoy el like de cada día.
Perdona nuestras ausencias, como también nosotros perdonamos a quienes no nos ponen comentarios
No nos dejes caer en la desconexión; pero, cada cierto tiempo, un favor: 

¡LÍBRANOS DEL CELULAR!

¡LÍBRANOS DEL CELULAR!

¡LÍBRANOS DEL CELULAR!

Amén. 



jueves, 23 de octubre de 2014

Una buena razón

Esa tarde no irradiaba mayores diferencias a la de una normal y cotidiana. Catalina y Laura conversaban de la vida, del tema que fluyera. Su amistad era de aquellas que convocan a la espontaneidad temática. Hablaban de todo, y cuando se daban espacios de silencios, éstos no eran incómodos. 
Y esa tarde, hablaban de sus abuelas. Ambas compartían la realidad de que de sus abuelas sólo vivía una. 

Catalina: Mi abuela se pone jodida cuando se enoja o se molesta por algo; mejor ni acercarse. Hay que dejarla solita a la señora hasta que se le pase. Pero la mayor parte del tiempo mi abuela es re buena onda. 

Laura:  Mi abuela en ese sentido es como rara.

Catalina: ¿Por qué? 

Laura: Sí, porque es típico que la gente cuando se enoja se pone idiota o irradia mierda a medio mundo.

Catalina: Como mi abuela, jaja. 

Laura: Pero yo también soy así.

Catalina: Sí, yo igual. 

Laura: O sea, mi abuela cuando se enoja se le nota; pero aún así sabe ubicarse y expresarse adecuadamente. 

Catalina: Qué buena onda. 

Laura: Sí. De hecho una vez le pregunté a mi abuelo qué fue lo que lo conquistó de mi abuela. Esa respuesta nunca se me olvidó. 

Catalina: ¿Y qué lo conquistó de tu abuela?

Laura: Mi abuelo me dijo: "Aunque vivía su peor día, ella nunca dejaba de sacar lo mejor de ella. Y eso nunca lo ha perdido".

Catalina: ¡Guau! ¡Qué grosa tu abuela! 

Laura: Sí, yo no sé cómo lo hace. Ojalá yo fuera así, o al menos un poquito más así cada vez.  

sábado, 4 de octubre de 2014