Esa tarde no irradiaba mayores diferencias a la de una normal y cotidiana. Catalina y Laura conversaban de la vida, del tema que fluyera. Su amistad era de aquellas que convocan a la espontaneidad temática. Hablaban de todo, y cuando se daban espacios de silencios, éstos no eran incómodos.
Y esa tarde, hablaban de sus abuelas. Ambas compartían la realidad de que de sus abuelas sólo vivía una.
Catalina: Mi abuela se pone jodida cuando se enoja o se molesta por algo; mejor ni acercarse. Hay que dejarla solita a la señora hasta que se le pase. Pero la mayor parte del tiempo mi abuela es re buena onda.
Laura: Mi abuela en ese sentido es como rara.
Catalina: ¿Por qué?
Laura: Sí, porque es típico que la gente cuando se enoja se pone idiota o irradia mierda a medio mundo.
Catalina: Como mi abuela, jaja.
Laura: Pero yo también soy así.
Catalina: Sí, yo igual.
Laura: O sea, mi abuela cuando se enoja se le nota; pero aún así sabe ubicarse y expresarse adecuadamente.
Catalina: Qué buena onda.
Laura: Sí. De hecho una vez le pregunté a mi abuelo qué fue lo que lo conquistó de mi abuela. Esa respuesta nunca se me olvidó.
Catalina: ¿Y qué lo conquistó de tu abuela?
Laura: Mi abuelo me dijo: "Aunque vivía su peor día, ella nunca dejaba de sacar lo mejor de ella. Y eso nunca lo ha perdido".
Catalina: ¡Guau! ¡Qué grosa tu abuela!
Laura: Sí, yo no sé cómo lo hace. Ojalá yo fuera así, o al menos un poquito más así cada vez.
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