miércoles, 4 de febrero de 2015

Hay que estar ahí

El relator de ese partido de fútbol decía: "el delantero tiene la pelota, va entrando al área, está solo frente al arquero, va a anotar, va a anotar, remataaa... La tiró afuera". Seguido de eso, uno de los dos comentaristas que acompañaban a ese relator, el cual era de profesión periodista, emitió su comentario: "no puede ser que un delantero de esa talla se halla perdido ese gol. Sólo tenía que darse tiempo, mirar el espacio y rematar. Tenía el tiempo para hacerlo, estaba solo, sin nadie que lo marcara". Luego de que hablara ese comentarista, vino el turno del segundo comentarista, el cual había sido futbolista. Él dijo: "Bueno, yo fui futbolista y fui delantero, y creo que hay que estar ahí para saber por qué uno no convierte goles en esas circunstancias". Fue tan contundente esa acotación del exfutbolista que el periodista tuvo que 'arreglar' su argumento. Es lógico, cuando habla alguien que ha vivido la experiencia tiene un peso muy distinto de quien no. 

Muchas veces hablamos y opinamos de cosas que ni siquiera sabemos una pizca de lo que implica vivir esa experiencia. Hace un tiempo una chica de mi iglesia me contó que tiene un hermano autista; no supe qué opinión decirle, no sé qué es tener un familiar con autismo. También, hace poquito, supe de un muchacho que está entrando en su adolescencia, el cual sufre de epilepsia. Él teme participar de ciertas instancias sociales porque le da vergüenza explicar por qué las evita. Otra realidad respecto de la cual me sentí "inexperienciado" fue cuando alguien me contó que estaba luchando con el cáncer; francamente no supe qué decirle. Otra cosa respecto de la cual no supe cómo reaccionar fue cuando alguien me contó que le había sido infiel a su pareja y lo terriblemente mal que se sentía de haber cometido ese error. Bueno, y así, tantas historias acerca de las que sólo atino a pensar: yo no sé lo que es eso; hay que estar ahí. 

Quizás sea fácil sentir cierta empatía respecto de personas que vivieron situaciones que a uno le generan lástima. No sé, una enfermedad, una pérdida, una tragedia, una injusticia, y cosas así. Pero cuando se trata de personas que no merecen nuestra empatía, las ganas de empatizar no fluyen precisamente. Me refiero a gente que traicionó, gente que agredió, gente que hirió, gente que fue indiferente (porque muchas veces la indiferencia lastima tanto o más que una agresión explícita), gente que blasfemó, gente que estafó, y un largo etcétera. En casos como estos últimos, no dan muchas ganas de ser empático, porque, como decía, estos casos no merecen nuestros esfuerzos de tratar de ser comprensivos, benevolentes o empáticos. Y no sólo eso, sino que también es probable que quienes cometen estos actos no siempre se sientan arrepentidos; de hecho, a veces hasta defienden sus decisiones. Bueno, al respecto me he dado cuenta que muchas personas -incluyéndome yo mismo- comenten ciertos errores de manera inocente: o sea, no se dan cuenta de lo malo que hacen. Por supuesto, muchos tienen alguna noción de que lo que hacen es malo, pero también hay otros muchos que, curiosamente, son inocentes de sus malos actos. ¿Cómo alguien puede ser inocente de un mal acto? Bueno, la inocencia está en el hecho de no ser conscientes de su maldad, de no darse cuenta de sus malas decisiones, de no saber incluso que lo que deciden es incorrecto o lacerante. Aunque suene complicado de entender, a muchas personas les pasa eso, y seamos honestos: a todos nos ha pasado alguna vez (e incluso me atrevo a decir que nos seguirá pasando en algún ámbito de la vida). 

¿Qué es enfrentar una enfermedad terminal? ¿Cómo vive una madre la pérdida de un hijo? ¿Cuánto tiempo le lleva a un asesino superar el dolor de haberle quitado la vida a alguien? ¿Cómo ayudas a un padre o a una madre a enfrentar la terrible noticia de saber que un hijo o una hija fue abusado/a sexualmente? ¿Qué sabes tú lo que es no tener durante toda tu infancia el acceso a cosas básicas como comprarte zapatos diferentes a medida que creces? ¿Qué sé yo las presiones y batallas que tienen los millonarios? ¿Por qué a Fulano le llevó un corto duelo superar la partida de su mamá, pero a Mengano le ha tomado años? ¿Sabes la rabia que se siente vivir dependiendo de un tratamiento médico durante toda tu vida? ¿Sabes la impotencia que se siente saber que tu caso hubiera sido resuelto antes, pero que no fue así sólo porque no tuviste plata para costear un abogado? ¿Entiendes lo que es estar en el suelo, hecho añicos, y que además alguien que quieres muchísimo en vez de darte la mano te dé garrotazos? O al revés, ¿sabes el dolor que te da cuando te das cuenta que azotaste a gente que en realidad necesitaba tu ayuda? 

Recuerdo hace unos años visitábamos un correccional de menores en Buenos Aires. Íbamos todos los fines de semana a compartir un mensaje de esperanza a esos niños. Todos eran delincuentes precoces. No tenían ni 18 años de edad y ya tenían un prontuario robusto. Y recuerdo un niño que había llegado ahí hace pocos días. Él lloraba. De hecho recuerdo esa situación y mis ojos lagrimean mientras escribo. Es tan fácil tirar la primera piedra a los culpables de algo. Lo he hecho, y créanme que al darme cuenta me sentí horrible. Hace poco escuché a alguien decir: "Yo jamás voy a golpear a alguien que está en el suelo". Y me sentí tan distinto a esas palabras. 

Una reflexión que escuché hace poco del pastor Danilo Montero, en su mensaje "Dale una nueva oportunidad a otros" (si tienen tiempo, búsquenlo con ese título en YouTube), él decía algo que es difícil de comprender, pero que es pertinente hacerlo: la misericordia siempre es inmerecida. Creo que cuando estemos ante otras personas, antes de lanzar la primera piedra -y aunque tengamos todas las razones y las ganas de hacerlo-, pensemos en ellas, y tratemos de ser empáticos. No sabemos lo que es enfrentar lo que ellos enfrentaron, incluso si la experiencia externamente aparenta ser la misma, porque el mundo interno de cada cual es distinto. Si llegaron hasta esa desgracia o ese error es lógico que el camino recorrido no fue uno lleno de favores. Antes del latigazo, extiende tu mano. Antes del juicio, ofrece tu oído. Antes de razonar analíticamente lo fácil que pudo haber sido convertir el gol, recuerda: hay que estar ahí.