domingo, 28 de abril de 2013

Tacto

En los poros está la diferencia
Entre el viento y el aire.
Está en la piel,
No en otra parte. 

lunes, 8 de abril de 2013

Larga vida a la música.

Estar escribiendo esto no juega a favor de mi administración del tiempo, pero accedí a quebrantar mi deber ser porque me pareció trascendente plasmar en este escrito un momento de eternidad que hace solo horas viví. Empezaré por compartir todo el contexto. 

En marzo pasado -o sea, hace menos de un mes- me subí a una micro (autobús) en Viña del Mar, donde de pronto subió un hombre con una guitarra para cantar algunas canciones. Entre las canciones que cantó, cantó "Ángel para un final" de Silvio Rodríguez. Esa canción cobró en Chile cierta intensidad luego de la denominada "Tragedia de Juan Fernández", donde murió el animador de televisión Felipe Camiroaga, junto a otras 20 personas, tras un accidente aéreo. Camiroaga era un animador muy querido en Chile, y él había comentado a sus amigos que cuando muriera quería que sonara dicha canción, "Ángel para un final" de Silvio Rodríguez, en su funeral. La cobertura periodística de tan lamentable tragedia se encargó de difundir esa canción: era casi ley que cada reportaje de la tragedia de Juan Fernández tuviera a ese tema musical como música de fondo. Pero vuelvo al hombre de la guitarra. 

Mientras el hombre de la guitarra cantaba "Ángel para un final", se produjo un silencio distinto en la micro; quizás es solo mi interpretación, pero así percibí ese silencio, como un silencio distinto. Mientras sonaba la canción creo que todos o la gran mayoría de los pasajeros que habíamos en ese autobús rememoramos la tragedia de Juan Fernández. Creo que todos nos acordamos de Felipe Camiroaga y de las otras 20 víctimas fatales. 

Y en ese momento pensé en que las canciones tienen un poder especial: el de transportarte emocionalmente a ciertas épocas de tu vida. Si uno escuchó una canción en un momento alegre de su vida, quizás al volver a oír esa canción en el futuro uno experimente un revivir emocional de la alegría que estaba experimentando cuando escuchó esa canción. Lo mismo si uno escucha una canción durante una época triste de su vida: se evocarán emociones de tristeza al volver a oír dicha canción. Por supuesto, esto no es una ley natural inquebrantable, pero sí creo que las canciones, como dije, evocan emociones del contexto en que las escuchamos. 

En ese mismo momento, mientras iba en la micro, recordaba ciertas canciones y los contextos en que las oí, y concluí que sí, que las canciones tienen ese poder, esa cualidad emocional de volver a hacer brotar en el interior de uno ciertos recuerdos, ciertas sensaciones, ciertas emociones. 

También, en ese momento, pensé, o mejor dicho me pregunté: ¿cómo llegar a componer una canción que vaya más allá de esa cualidad? Y en eso surgió una preocupación, la que también se elaboró en forma de pregunta: ¿cómo lograr una composición que ayude al escucha a que la canción que oye le ayude a superar una época negativa, y que cuando vuelva a escuchar esa canción en el futuro no le evoque esa época negativa, sino que tenga un peso emocional positivo? O sea, mi inquietud consistía en cómo lograr que una canción tenga fuerza en sí misma y prescinda del contexto en que se conoció por parte de un escucha

Estas inquietudes surgieron en mí producto de que soy músico, soy compositor, pero a la vez, por el hecho de que me inquieta poder ayudar a mi prójimo a través de mi música: quiero que mi prójimo conozca el amor de Dios a través mi música. 

Y bueno, en esa inquietud, durante la latencia de esa interrogante, se me ocurrió buscar en Youtube la canción "La música no se toca" de Alejandro Sanz. Aclaro que no es por causa de esa interrogante que busqué esa canción, sino por mera curiosidad. Sabía que pertenecía a su última producción musical y simplemente quería escucharla. Así es como dí con la letra de esa canción, letra que vino a resolver en gran medida mi interrogante. 

Quiero decir que estoy muy de acuerdo con algo que señaló el pastor Marcelo Robles: "toda verdad proviene de Dios, no importa el medio donde ésta se manifieste a los hombres". Creo que la verdad viene de Dios, y que aunque esa verdad se manifieste por medios no religiosos, sigue proviniendo de Dios. Digo esto porque creo que la mencionada canción de Alejandro Sanz porta una verdad. La verdad que porta esta canción refiere a características de la música, y entre esas características, su componente de eternidad. En ese componente estuvo la respuesta -o al menos respuesta inicial- a mi interrogante. 

Quizás, puedo proponer que la música (o la canción) tiene un componente histórico-contextual en lo que refiere a las emociones -como señalé más arriba, es ese conjunto de emociones que una canción evoca. Pero, y como expresé en el párrafo anterior, la música tiene un componente eterno, y ese componente refiere a la extrapolabilidad de la temática de una canción a distintos momentos históricos o emocionalmente contextuales. Eso se puede lograr por medio de la letra y de la importancia que dicha letra contiene acerca de la realidad humana. No la realidad contextual, sino, podríamos decir, la realidad ontológica del ser humano. 

La canción de Sanz me hizo pensar y concluir estas cosas. Y lo percibo en obras musicales que, a pesar de su antigüedad, aún hoy tienen una repercusión, una vigencia. Y ojo que en el párrafo anterior hablo de letra y acá hablo de obras musicales (o sea, pueden ser tanto piezas cantadas como instrumentales). Creo que una obra musical instrumental está más expuesta a sostener su vigencia por medio del gusto o de la alta preponderancia simbólica que adquiera (por ejemplo, la música de una película). Pero una pieza musical cantada, o sea, escrita, puede traspasar los umbrales del gusto y el símbolo, y llegar a cuestiones que refieren a la naturaleza del ser humano en sí. 

Acá alguien podría decir "entonces es lo mismo un libro que una canción, un poema que una canción, si al final lo que trasciende es la letra". En términos de literación podría estar de acuerdo. Pero me distancio de esa percepción al  considerar lo siguiente: el poder de difusión de una canción sobrepasa con creces a la difusión de un texto. El texto necesitas tenerlo en papel cada vez que lo difundes, o al menos, su difusión oral se torna compleja; la canción no necesariamente requiere del papel para su difusión: se puede transmitir oralmente. La posibilidad de difusión de una canción es mucho más accesible que la de un escrito. 

Como compositor, puedo decir que una canción es resultado de una experiencia personal, de procesos personales. Y uno al escribir una canción está influenciado por las muchas circunstancias emocionales, materiales, históricas que lo rodean. El surgir de una canción implica un contexto. No he dicho nada nuevo en este párrafo. Acá viene el aporte. Lo glorioso, lo mágico, lo -hoy, ahora- novedoso de esta situación es que, a pesar de que uno sea un ser sujeto al tiempo y al espacio (al contexto), y a pesar de que una canción está influenciada por cuestiones contextuales, a pesar de eso uno da lugar, uno da origen a algo que contiene eternidad: una canción.  

Y si bien es cierto que al final lo que trasciende, lo que queda es la letra, esa letra nunca hubiera podido anclarse, nunca hubiera podido dar a conocer su eternidad a través de los años, si no hubiera sido porque una canción la dio a luz. Esa letra no sería lo mismo sin la música que la contiene, sin la música que la engendró. 

También, y solo a modo de complemento, me llama la atención que en la Biblia se nos enseñe que en la etapa posterior a la tierra cantaremos a Dios. Ahí cobró mucho sentido una de las cosas que dice Sanz: "Pasaremos todos, y quedará, recuérdalo, una canción". O sea, se plantea la música como único elemento, que hoy conocemos y reconocemos como producto humano, que va a estar también ahí, en ese momento de la eternidad. ¿Por qué Dios querrá contar con la música en esas instancias? Para mí está claro: en la eternidad solo quedará lo eterno, y por eso Dios querrá música, porque ésta es eterna. Sanz también dice: "Que Dios guarda a la música en su inmensidad"

Queridos lectores, creo que Dios quiso manifestar una verdad a través de la canción de Sanz: la eternidad de la música. 

Cuando escuché por primera vez "La música no se toca" me emocioné hasta las lágrimas. Primero, porque sentí, reconocí la voz del Creador, y segundo, porque me sentí privilegiado de ser compositor, sabiendo, a partir de la canción de Sanz, que dar origen a una canción es dar a luz una obra que contiene eternidad.   

Por cierto, el título de esta publicación es una transcripción de una fracción de uno de los hermosos y reveladores versos de esa canción. ¿Saben? Podemos pensar -y con mucha razón y derecho- que decir "larga vida a la música" es una exclamación humana, que confiesa el deseo de perdurabilidad de la música. Pero sinceramente, creo que el origen de ese deseo no es terrenal, es celestial. Es más, creo que más que un deseo, es algo, una característica que Dios nos comunicó, que Dios nos dio a conocer de la música. 

Andrés Yáñez, 9 de abril de 2013.