jueves, 15 de octubre de 2015

¡Cuántas historias!

Hace mucho tiempo -años- que he tenido ganas de escribir un pensamiento acerca de lo que a continuación leerán. Por cierto, es algo bastante obvio, nada nuevo, pero quizás a veces lo predecible, lo evidente o lo poco original de ciertas cosas es lo que le da sentido y valor a su existencia o a su reflexión. Quiero escribir en esta ocasión acerca de las historias que están contenidas en los recintos de arribo (llegada) y embarque (partida) de viajeros, y también en sus medios de transporte respectivos. Aunque suene redundante, daré como ejemplos, siempre obvios, a los terminales de buses y los buses, los puertos y los barcos, los aeropuertos y los aviones, y así. 

Este pensamiento surgió en una ocasión en que yo viajaba en un bus desde una ciudad a otra no me acuerdo con qué motivo. Creo que era para ir a ver a mi papá. Pasa que yo crecí en una familia en la que mis padres se separaron cuando yo tenía 6 años de edad, entonces para poder ver a mi papá yo tenía que viajar, o viceversa, porque vivíamos en ciudades distintas. No lo recuerdo con tanta claridad, pero sí recuerdo la sensación y la reflexión que me produjo esa situación. Me parece que vi subir a alguien al bus con un equipaje muy liviano, y creo haberlo escuchado hablar de que ese viaje tenía que ver con su trabajo. Y ahí pensé en una pregunta: ¿cuánta gente trabajará fuera de la ciudad donde vive? Y también me pregunté: ¿cuánta gente trabaja lejos de su familia? 

Pero en otra ocasión, y esto sí lo recuerdo con más nitidez, me acuerdo que murió mi abuelo por parte de papá. Mi abuelo residía en otra ciudad, y aunque en mi familia somos cinco hermanos y mi mamá, y aunque eso en sí hace muy caro un traslado familiar (imagínense, comprar seis pasajes ida y vuelta de un momento a otro), simplemente fuimos a acompañar a mi papá al velorio y entierro de mi abuelo. Con ese abuelo la relación fue lejana y la verdad es que, claro, sentimos su partida, pero más nos motivaba como familia el ir a acompañar a mi papá en esa difícil situación. Lo interesante de esa experiencia de viaje, es que yo había llegado a mi ciudad hace pocas horas porque había ido a Santiago por un asunto médico. De hecho, mi papá me había acompañado a esa diligencia. En Santiago mi papá se entera que mi abuelo estaba mal, y yo viajé a mi ciudad, y mi papá viajó a la ciudad donde vivía mi abuelo. Yo llegué a mi ciudad aproximadamente a las 18 horas, y más o menos como a las 21 horas mi papá nos llama para contarnos que mi abuelo había fallecido. Al otro día bien temprano tomamos un bus y nos fuimos a acompañar a mi papá. 

Otra experiencia interesante la viví en un medio fluvial: un viaje que hice en barco desde Buenos Aires (Argentina) a Colonia (Uruguay). Esto fue el año 2005, año en que yo empecé a vivir en Argentina. El viaje, lejos de constituir una experiencia turística, estaba motivado por asuntos migratorios. En aquel año las maneras de conseguir una visa de residencia permanente implicaban muchos requisitos, entonces la forma más sencilla de mantener la condición de extranjero legal era la de salir de Argentina y volver a ingresar al país, volviendo así a renovar la visa de turista por otros 90 días. Sin embargo, era la primera vez que yo viajaba en barco, y lo curioso es que lo hice en el anchísimo Río de la Plata. Suele sucederme que cuando voy a viajar, la noche anterior, o duermo muy poco o no duermo; así fue: la noche anterior no pude dormir. Pero yo iba a viajar en barco por primera vez en mi vida, así que, aunque había lugar y espacio dentro del barco como para acomodarme y dormir, quise mantenerme despierto todo el viaje, y quise viajar en la cubierta para ir mirando el río y nunca perder de vista la experiencia de saber que estaba viajando en barco. Ese viaje demoró tres horas, y lo compartí con varios compañeros del instituto en el que yo estudié música, porque varios éramos extranjeros (colombianos, peruanos, guatemaltecos, ecuatorianos, venezolanos, brasileños, etc.). El viaje consistía en que viajábamos en la mañana, estábamos todo el día en Colonia, y a las 21 horas volvíamos a subirnos al barco de vuelta a Buenos Aires. En ese viaje recuerdo haber intercambiado unas palabras con una pareja de chilenos que se habían casado hace poco días, y para ellos ese viaje era parte de su luna de miel. 

O sea, las razones que motivan a las personas a viajar son tantas... A veces andando en el transporte público urbano pienso: ¿Para dónde irá cada uno de los que va en este transporte? ¿Alguno se trasladará para comenzar algo? ¿Alguno se trasladará para terminar algo? Y lo mismo pienso en un aeropuerto o en un avión. 

Hablando de aviones, hace poco estuve en un aeropuerto, y yo estaba esperando la llegada de mi hermana en el lugar donde los pasajeros cruzan una puerta para salir del aeropuerto. En ese lugar se aglutinan varias personas esperando la llegada de los pasajeros. Y en un momento una mujer relativamente joven cruza la puerta, llevaba en sus manos ese carrito que hay en los aeropuertos para poder poner en él el equipaje, y cuando cruza la puerta intercambió miradas con un grupo de tres mujeres, una de las cuales tenía un bebé en sus brazos, y esa mujer que venía llegando dice "aaah", expresando evidente alegría, deja el carro de lado (a unos dos metros de distancia de las mujeres con las que había intercambiado miradas, las cuales también al verla a ella dijeron "aaah") y se funde en un abrazo estrecho y prolongado con una de esas mujeres, y sin más empezó a llorar emitiendo sollozos. ¿Ese llanto fue porque no se veían hace tiempo? ¿Qué habrá pasado durante el tiempo en que ellas no se vieron? En el fondo: ¿Qué historia (o historias) habrá detrás de ese abrazo, llanto y sollozo? Y algo que nutre esta historia, es que esa mujer usaba lentes, y al momento de abrazar a la otra mujer fue como que no importó que los lentes se empañaran o tuvieran contacto con la ropa de esa mujer a la cual abrazó con tantas fuerzas. Digo esto porque yo uso lentes, y cuando saludo a alguien suelo evitar que mis lentes tengan algún contacto con algo para que no se manchen; pero a esa mujer no le importó nada: la emoción fue superior a cualquier otra cosa. 

He sabido de personas que se van de viaje por el mundo porque acaban de divorciarse. Otros viajan por motivos de estudios. Otros viajan porque van en busca de un producto. Algunos viajan o se trasladan por motivos espirituales. Algunos huyen. Algunos vuelven. Y así, son interminables e incontables las historias que hay en un bus, en un barco, en un avión, en un tren. 

Imagino que de pronto los terminales, los puertos, las estaciones, los aeropuertos adquieren la capacidad de hablar, y se hacen amigos entre ellos y se cuentan las historias que han sabido contener a lo largo de sus existencias, y aunque habrá miles que coincidirán en forma y fondo, creo que también habrá otras miles que causarían asombro y novedad. Varias de ellas ni las hubiéramos imaginado. Y no sólo eso, sino que varias de ellas han viajado en el asiento al lado de nosotros.