lunes, 19 de agosto de 2013

¿Importante o íntimo?

Pienso que estar por visitar a alguien, y enterarte de que esa persona está limpiando su casa para recibirte, refleja que eres alguien importante. 

Pero también pienso, que estar por visitar a alguien, y enterarte de que esa persona deja la casa tal como está, refleja que eres alguien de confianza, alguien cercano, alguien íntimo. 


sábado, 17 de agosto de 2013

Octavio y su nostalgia.

En ese cementerio el reloj marcaba las 10:37 am. Pero en realidad eso era lo que menos importaba. Octavio se encontraba frente a la tumba de su fallecida esposa, Carla, y estaba en compañía de su nieto de 17 años, Lucas. Carla  -o también la abuela Carla- había partido hace solo tres meses atrás. 
De pronto surgió un diálogo entre Lucas y su abuelo. 

Lucas: ¿Qué onda, abuelo?
Octavio: Acá, hijo. 

Octavio no apartaba su nostálgica mirada de la lápida que lo separaba de Carla. 

Lucas: ¿La extrañas? 
Octavio emitió un gran suspiro: Muchísimo, Luquitas. Muchísimo. 

Lucas abrazó por el costado a su visiblemente afectado abuelo, y dirigió también la mirada a la lápida de su abuela, acompañando en la nostalgia a su abuelo. 

Luego de un rato de silencio, Lucas le preguntó a su abuelo: 
-Mamá me dijo que ella fue tu primera novia. 
¿Eso te dijo mamá?- dijo Octavio.
Sí -respondió Lucas. 
Octavio soltó una mueca de sonrisa, y le dijo a su nieto:
-Tu mamá está equivocada. 
¿Ah, sí? -exclamo Lucas con cierto asombro. 
Así es -dijo Octavio. 

El silencio volvió a irrumpir en aquella visita al cementerio, pero Lucas no quiso extenderlo... la curiosidad no se lo permitía. 

-Oye, abuelo, así que mi abuela no fue la primera... -expresó Lucas con clara intención de provocar a que su abuelo le contara más detalles. El muchacho no previó que su abuelo le daría una respuesta que jamás olvidaría.   

-Exactamente -dijo Octavio, en medio de un suspiro. Luego de unos segundos de silencio, continuó: 
-No fue la primera... Fue la única. 

Andrés Yáñez.
Buenos Aires, 18 de agosto de 2013. 

jueves, 15 de agosto de 2013

20 pm

La urbe aguarda el ocaso
Con su interminable comparsa:
Desfilan millares de autos
Al compás del contrapunto
Interpretado por motores y bocinas. 

Los edificios encienden sus luces, 
Algunos comercios bajan sus cortinas metálicas.
La noche yergue como telón de fondo.
Las gentes traman su regreso a casa. 

(6 de junio de 2013). 

domingo, 23 de junio de 2013

El centro político versus el centro social

El próximo 30 de junio se realizarán elecciones primarias en Chile, con la finalidad de definir a los dos candidatos presidenciales únicos que representarán cada uno a su coalición respectiva en la elección presidencial de noviembre: la Alianza y Nueva Mayoría (más conocida como Concertación). En este escrito quiero comentar acerca de algo que ha nutrido el contenido discursivo de la agenda política de los últimos días dentro de la campaña electoral de la derecha chilena con miras a la elección primaria. Ese elemento discursivo consta de dos conceptos, los cuales quiero comparar y analizar. Esos conceptos son: centro político y centro social

Es de conocimiento público que hace poco dos ministros renunciaron a sus cargos para incorporarse a las candidaturas presidenciales de los partidos oficialistas: Joaquín Lavín se sumó a la candidatura de Pablo Longueira (candidato presidencial UDI), y Luciano Cruz-Coke se sumó a la candidatura de Andrés Allamand (candidato presidencial RN). Estas incorporaciones a los comandos respectivos de cada candidato trajo consigo un ingrediente antes inexistente en la agenda discursiva: Joaquín Lavín comenzó a manifestar la necesidad de "captar a un centro social", y, con la llegada de Cruz-Coke al comando de Allamand, se agregó a dicha candidatura el elemento discursivo de "captar a un centro político". 

En primer lugar, quiero comentar, desde una perspectiva histórica, esta realidad de la derecha chilena: su necesidad de apelar a sectores que no son los propios para alcanzar triunfos electorales. 
Es común que en cada ámbito de la sociedad, cuando alguien tiene el propósito de alcanzar adherentes, lo que hace es expresar un discurso tal que despierte el fervor o la sensibilidad de las personas a las cuales ese alguien cree representar. Y en ese sentido, creo que lo propio es que "surja uno de los nuestros, en virtud de que creemos que representa bien a los nuestros". Es lo más lógico que adherentes de un partido se sientan representados por un candidato que proviene de ese partido. Bajo esa perspectiva, lo más lógico es que el discurso sea profundamente interno. Es complejo pensar que alguien proveniente de un "no-nosotros" logre hacer sentir representados al conjunto del "nosotros". 
Acá es donde para mí tiene lugar una discusión: ¿por qué la derecha necesita apelar al centro? ¿Acaso no sería lógico que un candidato le saque partido a los principios propios de su sector, y lo haga con tal elocuencia, habilidad, creatividad que logre la adhesión de la mayoría de los de su propio sector? ¿Por qué Allamand no intenta elaborar un discurso tal que logre alcanzar el voto de simpatizantes (no militantes) UDI? ¿Por qué Longueira no intenta lo mismo respecto a RN? ¿O de pronto tanto Allamand como Longueira dudan de las bases de sus respectivos partidos? ¿Será que no creen tener cada uno en su propio partido la cantidad de gente suficiente como para ganar la elección primaria? 
En caso de que efectivamente exista esa duda, creo que tiene un basamento histórico, y es que la derecha chilena ha alcanzado sus más importantes hitos electorales gracias a que logró apelar a sectores que tradicionalmente no votan por ella. Y en realidad, más que hablar de "sectores", dichos hitos electorales se lograron gracias a que se logró apelar a gente, a personas que no necesariamente se identificaran con un sector u otro, es decir, cuando se logró convocar a independientes. Recordemos el histórico empate técnico que Joaquín Lavín obtuvo ante Ricardo Lagos en primera vuelta el año 1999. El mismo triunfo de Piñera el año 2010. Estos hitos históricos de la derecha chilena no se lograron gracias a la expansión del pensamiento de derecha en la sociedad chilena, sino gracias a que ésta logró captar el voto de personas independientes. Y es preciso apuntar además que esa captación de votos de independientes ocurrió en contextos políticos caracterizados,entre otras cosas, por un descontento ciudadano hacia sectores de centro izquierda. Es decir, a la derecha le sonrieron las urnas cuando la opinión pública le fruncía el ceño a la centro izquierda. Lavín alcanzó una alta votación en un contexto de descontento de la ciudadanía con el gobierno de centro izquierda de Eduardo Frei. Piñera ganó la elección presidencial en un contexto de descontento de la ciudadanía con la misma centro izquierda. En el caso de Piñera hay que aclarar algo: la persona que lo antecedió en la presidencia, Michelle Bachelet, gozaba de una altísima popularidad, pero fue una popularidad que se concentró en su persona, no en el sector político al que pertenecía. 
Es decir, la derecha chilena -al menos en el contexto de las elecciones presidenciales- logra imponerse cuando la centro izquierda muestra debilidades. 
En ese análisis histórico, quiero agregar algunas cuestiones que me parecen pertinentes. Cuando Lavín empató (perdió por muy poco) ante Ricardo Lagos, su discurso apelaba a cuestiones de carácter nacional: el empleo, la delincuencia, la salud, etc. Es decir, apelaba a cuestiones que no necesariamente implicaban una gran elaboración teórica o ideológica. Eran los temas que marcaban la coyuntura política de aquel entonces. Es más, Lavín constantemente refería a la idea de que la gente ya no votaba por los partidos, sino por las personas. Algo similar nutrió el discurso de campaña de aquel candidato de derecha que finalmente ganó: Sebastián Piñera. 
Con esto, no estoy elaborando necesariamente una crítica a esta realidad, sino que creo que describo una situación de la cual la derecha parece ser consciente: en sus propias bases (militantes como simpatizantes) no hay suficiente fundamento para asegurar una victoria electoral. 

Ahora bien, y ya hablando más del presente, no puedo negar que me llama la atención que tanto RN como la UDI crean casi a ciencia cierta que el triunfo se logra apelando al centro. ¿Quién puede asegurar con certeza que aquellos votos que permitieron los grandes hitos de la derecha sí o sí vienen del centro? ¿Acaso es que sí o sí gente de centro que antes votó por la centro izquierda ahora podría votar por la derecha? Sinceramente, creo que concebir las cosas así es un error. Hay mucha gente, muchos ciudadanos, que no se consideran de ningún sector político en especial, y creo que eso no los hace necesariamente gente de centro. Creo que la forma correcta de referirse a ellos es independientes

Acá es donde, para mí, cobra sentido comparar las expresiones centro político con centro social. Y quiero ir al grano: me parece que la última expresión es contradictoria en sí misma. La UDI, luego de la incorporación de Joaquín Lavín al comando de Longueira, postula así su discurso: no queremos convocar a un centro político, sino a un centro que es social. ¿Por qué me parece contradictoria dicha expresión? Creo que por lo que implica en sí misma: cuando se habla de centro, ¿a qué se hace referencia? A ver, lo digo así: si yo digo que alguien es de izquierda, ¿acaso no se hace referencia a que ese alguien se identifica con un sector? Claro que sí. ¿Pero sector de qué: de un ámbito deportivo, de una escuela filosófica, de una determinada creencia religiosa, o de un sector político? Claramente: la izquierda no puede ser otra cosa sino un sector político. Lo mismo diríamos respecto a que si alguien es de derecha, ¿verdad?: la derecha es un sector político. Bueno, entonces por lógica: ¿qué sería el centro? ¿Acaso no es un sector? Yo creo que sí. ¿Y un sector de qué ámbito: del deporte, de la filosofía, de la ciencia, del arte, o de la política? ¡Claramente!: EL CENTRO ES UN SECTOR POLÍTICO. El centro no puede ser otra cosa que un sector, y un sector del ámbito político.  

Bajo estas circunstancias, creo que se hace aún más evidente esa característica de la derecha chilena: su necesidad de apelar a sectores que no pertenecen al "nosotros". ¿Y eso qué implica? Para mí implica que probablemente la derecha siempre se verá en la necesidad de "negociar" sus ideales, a través de moderar más su postura, para poder conseguir más votos a fin de poder ganar elecciones. Y eso a la larga conlleva la eterna necesidad de tener que disfrazarse de "no tan derecha", de tener que verse en la obligación de camuflar su "nosotros", de moderar sus ideales, para así lograr los votos que necesita. Pero entiéndase que ese "camuflaje", esa moderación, será un recurso electoral: nos moderaremos, no seremos tan derecha, sino seremos más centro que otra cosa, hasta que pasen las elecciones. O sea, la derecha tendrá que rociarse siempre con el perfume del centro para ir al encuentro de su idilio electoral, y que en lo posible el olor de ese perfume perdure en sus candidatos hasta que ese encuentro sea parte de los eventos pasados. 

Lo anterior para mí abre una discusión interesante: si siempre la derecha se verá en la necesidad de enfatizar discursivamente su vínculo (o quizás supuesto vínculo) con el centro en tiempos electorales, ¿por qué no acercarse al centro al punto de ser el centro, y así evitar tener que apelar al centro en épocas electorales? Digo, ¿no sería más fácil, más seguro apelar al "nosotros" con más propiedad, que apelar al "no-nosotros" casi en una especie de apuesta, de aventura al azar, de "lo intentaremos a ver si resulta"? 
Esto traería consigo un desafío entendiblemente duro y difícil: no ser derecha. El tema es que en el estado actual de las cosas, creo que la derecha en tiempos de elecciones siempre se verá en la necesidad de hacerse pasar por quien no es para llegar al poder, para que una vez ahí llegue a ser lo que realmente es. En tiempos electorales te digo que soy de centro; una vez electo, vuelvo a ser la derecha que soy. 

Y para cerrar, y volviendo a la discusión de los contenidos discursivos de las campañas de Allamand y Longueira, creo que por lo que comenté en párrafos anteriores, Allamand tiene un discurso más coherente, o mejor dicho, se acerca un poco más a lo que para mí es lo correcto. Apelar a un centro político es mucho más consistente que apelar a un centro que no es político. Pero aún así, creo que el enfoque adecuado -de cualquier candidatura por lo demás- debería ser el apelar al mundo independiente. Apelar a esa enorme cantidad de chilenas y chilenos que en una elección municipal pueden votar por un alcalde de un color político y por el concejal de otro color político, o quizás votan por un senador de un color, y prefieren a un diputado independiente. Apelar a los chilenos que no militan, pero que aman su país, apelar a los chilenos que pueden identificar los asuntos que aquejan a su ciudad, a su región, en fin. Es en el mundo independiente donde se concentra la vida real. 

Por lo demás, y agregando a la contradicción que me resulta la expresión centro social, quiero decir que no me parece bien que la UDI haya concebido uno de los sucesos más impresionantes en lo que a materia electoral se refiere: la abrupta bajada de Laurence Golborne de la candidatura presidencial. En primer lugar, no me parecía bien que hubiese un candidato simplemente porque "marcaba en las encuestas". En ese sentido reconozco que agradecí la bajada de Golborne, porque no me parecía bien que hubiera un candidato con una historia política tan exigua. Pero, hablando un poquito de Golborne, creo que esa candidatura reflejaba esa constante a la que la derecha debe enfrentarse siempre en épocas electorales: la necesidad de apelar a los "no-nosotros". Es llamativo que un hombre no militante de ninguno de los dos partidos de la derecha convoque a más gente que cualquier militante. Como digo, dicha candidatura, a mi juicio, corrobora dicha situación. 
Pero volviendo a la situación de la bajada de Golborne, la verdad creo que fue muy poco seria la proclamación de Longueira. Acá no hablo nada en contra ni de Golborne ni de Longueira, sino mis observaciones se dirigen a la UDI: no puede ser -para mí al menos- que un día tenga un candidato presidencial, y AL OTRO DÍA ya haya cambiado el candidato. Eso me habla de un proceso desafortunado del partido. 

Ante todas estas cosas, creo que lo que va a pasar el 30 de junio en las elecciones de la Alianza, es que gane la candidatura discursivamente más coherente, y que se imponga el candidato cuya proclamación no implicó enjugar lágrimas recientes. 

Andrés Yáñez
Buenos Aires, 23 de junio de 2013. 

domingo, 28 de abril de 2013

Tacto

En los poros está la diferencia
Entre el viento y el aire.
Está en la piel,
No en otra parte. 

lunes, 8 de abril de 2013

Larga vida a la música.

Estar escribiendo esto no juega a favor de mi administración del tiempo, pero accedí a quebrantar mi deber ser porque me pareció trascendente plasmar en este escrito un momento de eternidad que hace solo horas viví. Empezaré por compartir todo el contexto. 

En marzo pasado -o sea, hace menos de un mes- me subí a una micro (autobús) en Viña del Mar, donde de pronto subió un hombre con una guitarra para cantar algunas canciones. Entre las canciones que cantó, cantó "Ángel para un final" de Silvio Rodríguez. Esa canción cobró en Chile cierta intensidad luego de la denominada "Tragedia de Juan Fernández", donde murió el animador de televisión Felipe Camiroaga, junto a otras 20 personas, tras un accidente aéreo. Camiroaga era un animador muy querido en Chile, y él había comentado a sus amigos que cuando muriera quería que sonara dicha canción, "Ángel para un final" de Silvio Rodríguez, en su funeral. La cobertura periodística de tan lamentable tragedia se encargó de difundir esa canción: era casi ley que cada reportaje de la tragedia de Juan Fernández tuviera a ese tema musical como música de fondo. Pero vuelvo al hombre de la guitarra. 

Mientras el hombre de la guitarra cantaba "Ángel para un final", se produjo un silencio distinto en la micro; quizás es solo mi interpretación, pero así percibí ese silencio, como un silencio distinto. Mientras sonaba la canción creo que todos o la gran mayoría de los pasajeros que habíamos en ese autobús rememoramos la tragedia de Juan Fernández. Creo que todos nos acordamos de Felipe Camiroaga y de las otras 20 víctimas fatales. 

Y en ese momento pensé en que las canciones tienen un poder especial: el de transportarte emocionalmente a ciertas épocas de tu vida. Si uno escuchó una canción en un momento alegre de su vida, quizás al volver a oír esa canción en el futuro uno experimente un revivir emocional de la alegría que estaba experimentando cuando escuchó esa canción. Lo mismo si uno escucha una canción durante una época triste de su vida: se evocarán emociones de tristeza al volver a oír dicha canción. Por supuesto, esto no es una ley natural inquebrantable, pero sí creo que las canciones, como dije, evocan emociones del contexto en que las escuchamos. 

En ese mismo momento, mientras iba en la micro, recordaba ciertas canciones y los contextos en que las oí, y concluí que sí, que las canciones tienen ese poder, esa cualidad emocional de volver a hacer brotar en el interior de uno ciertos recuerdos, ciertas sensaciones, ciertas emociones. 

También, en ese momento, pensé, o mejor dicho me pregunté: ¿cómo llegar a componer una canción que vaya más allá de esa cualidad? Y en eso surgió una preocupación, la que también se elaboró en forma de pregunta: ¿cómo lograr una composición que ayude al escucha a que la canción que oye le ayude a superar una época negativa, y que cuando vuelva a escuchar esa canción en el futuro no le evoque esa época negativa, sino que tenga un peso emocional positivo? O sea, mi inquietud consistía en cómo lograr que una canción tenga fuerza en sí misma y prescinda del contexto en que se conoció por parte de un escucha

Estas inquietudes surgieron en mí producto de que soy músico, soy compositor, pero a la vez, por el hecho de que me inquieta poder ayudar a mi prójimo a través de mi música: quiero que mi prójimo conozca el amor de Dios a través mi música. 

Y bueno, en esa inquietud, durante la latencia de esa interrogante, se me ocurrió buscar en Youtube la canción "La música no se toca" de Alejandro Sanz. Aclaro que no es por causa de esa interrogante que busqué esa canción, sino por mera curiosidad. Sabía que pertenecía a su última producción musical y simplemente quería escucharla. Así es como dí con la letra de esa canción, letra que vino a resolver en gran medida mi interrogante. 

Quiero decir que estoy muy de acuerdo con algo que señaló el pastor Marcelo Robles: "toda verdad proviene de Dios, no importa el medio donde ésta se manifieste a los hombres". Creo que la verdad viene de Dios, y que aunque esa verdad se manifieste por medios no religiosos, sigue proviniendo de Dios. Digo esto porque creo que la mencionada canción de Alejandro Sanz porta una verdad. La verdad que porta esta canción refiere a características de la música, y entre esas características, su componente de eternidad. En ese componente estuvo la respuesta -o al menos respuesta inicial- a mi interrogante. 

Quizás, puedo proponer que la música (o la canción) tiene un componente histórico-contextual en lo que refiere a las emociones -como señalé más arriba, es ese conjunto de emociones que una canción evoca. Pero, y como expresé en el párrafo anterior, la música tiene un componente eterno, y ese componente refiere a la extrapolabilidad de la temática de una canción a distintos momentos históricos o emocionalmente contextuales. Eso se puede lograr por medio de la letra y de la importancia que dicha letra contiene acerca de la realidad humana. No la realidad contextual, sino, podríamos decir, la realidad ontológica del ser humano. 

La canción de Sanz me hizo pensar y concluir estas cosas. Y lo percibo en obras musicales que, a pesar de su antigüedad, aún hoy tienen una repercusión, una vigencia. Y ojo que en el párrafo anterior hablo de letra y acá hablo de obras musicales (o sea, pueden ser tanto piezas cantadas como instrumentales). Creo que una obra musical instrumental está más expuesta a sostener su vigencia por medio del gusto o de la alta preponderancia simbólica que adquiera (por ejemplo, la música de una película). Pero una pieza musical cantada, o sea, escrita, puede traspasar los umbrales del gusto y el símbolo, y llegar a cuestiones que refieren a la naturaleza del ser humano en sí. 

Acá alguien podría decir "entonces es lo mismo un libro que una canción, un poema que una canción, si al final lo que trasciende es la letra". En términos de literación podría estar de acuerdo. Pero me distancio de esa percepción al  considerar lo siguiente: el poder de difusión de una canción sobrepasa con creces a la difusión de un texto. El texto necesitas tenerlo en papel cada vez que lo difundes, o al menos, su difusión oral se torna compleja; la canción no necesariamente requiere del papel para su difusión: se puede transmitir oralmente. La posibilidad de difusión de una canción es mucho más accesible que la de un escrito. 

Como compositor, puedo decir que una canción es resultado de una experiencia personal, de procesos personales. Y uno al escribir una canción está influenciado por las muchas circunstancias emocionales, materiales, históricas que lo rodean. El surgir de una canción implica un contexto. No he dicho nada nuevo en este párrafo. Acá viene el aporte. Lo glorioso, lo mágico, lo -hoy, ahora- novedoso de esta situación es que, a pesar de que uno sea un ser sujeto al tiempo y al espacio (al contexto), y a pesar de que una canción está influenciada por cuestiones contextuales, a pesar de eso uno da lugar, uno da origen a algo que contiene eternidad: una canción.  

Y si bien es cierto que al final lo que trasciende, lo que queda es la letra, esa letra nunca hubiera podido anclarse, nunca hubiera podido dar a conocer su eternidad a través de los años, si no hubiera sido porque una canción la dio a luz. Esa letra no sería lo mismo sin la música que la contiene, sin la música que la engendró. 

También, y solo a modo de complemento, me llama la atención que en la Biblia se nos enseñe que en la etapa posterior a la tierra cantaremos a Dios. Ahí cobró mucho sentido una de las cosas que dice Sanz: "Pasaremos todos, y quedará, recuérdalo, una canción". O sea, se plantea la música como único elemento, que hoy conocemos y reconocemos como producto humano, que va a estar también ahí, en ese momento de la eternidad. ¿Por qué Dios querrá contar con la música en esas instancias? Para mí está claro: en la eternidad solo quedará lo eterno, y por eso Dios querrá música, porque ésta es eterna. Sanz también dice: "Que Dios guarda a la música en su inmensidad"

Queridos lectores, creo que Dios quiso manifestar una verdad a través de la canción de Sanz: la eternidad de la música. 

Cuando escuché por primera vez "La música no se toca" me emocioné hasta las lágrimas. Primero, porque sentí, reconocí la voz del Creador, y segundo, porque me sentí privilegiado de ser compositor, sabiendo, a partir de la canción de Sanz, que dar origen a una canción es dar a luz una obra que contiene eternidad.   

Por cierto, el título de esta publicación es una transcripción de una fracción de uno de los hermosos y reveladores versos de esa canción. ¿Saben? Podemos pensar -y con mucha razón y derecho- que decir "larga vida a la música" es una exclamación humana, que confiesa el deseo de perdurabilidad de la música. Pero sinceramente, creo que el origen de ese deseo no es terrenal, es celestial. Es más, creo que más que un deseo, es algo, una característica que Dios nos comunicó, que Dios nos dio a conocer de la música. 

Andrés Yáñez, 9 de abril de 2013. 


domingo, 10 de marzo de 2013

retour

No escatimaban en expresividad. Érica y Alberto formaban un matrimonio diferente: hacían locuras, con frecuencia quebrantaban adrede la rutina, hacían viajes fugaces a donde fuera, organizaban veladas a solas donde la actividad a realizar no importaba tanto como el mero hecho de estar juntos. Ambos solían recordar la época en que eran pololos, en la cual estaban restringidos por los horarios y los permisos de sus padres. Habían acordado que al casarse se desquitarían de las muchas cosas que no pudieron hacer mientras pololeaban, ya sea porque llegaba la hora de volver cada uno a su casa, o porque alguno de los padres requería de uno de sus hijos, lo cual dejaba al otro con una improvisada sensación de orfandad sentimental. 
"Cuando nos casemos -decían- no seamos un matrimonio típico; aprovechemos de hacer todo lo que no pudimos hacer antes". 

Sin embargo, con el paso de los años cada uno fue adquiriendo responsabilidades laborales más exigentes, y con ello, el tiempo libre debía aprovecharse más para descansar, dormir, a lo sumo para preparar una comida rica que implicaba más tiempo cocinarla que las comidas cotidianas, o también de pronto para sentarse a ver una buena película. Por supuesto, también llegaron los hijos, que claramente, junto con la bendición de su llegada, trajeron consigo una serie de responsabilidades, de grandes responsabilidades.  En fin, todo el ánimo jovial que encendió la espontaneidad de su expresividad al comienzo de su matrimonio, se fue adaptando con los años a las exigencias impostergables del quehacer cotidiano que la vida les impuso. 

Eran felices, nunca dejaron de ser expresivos entre ellos en su lenguaje verbal y de piel. Pero a partir de un momento empezaron a sentir añoranza por el tiempo en que la espontaneidad era más evidente en su día a día. 
Un día Febe, la madre de Érica,  los invitó a su casa a cenar. Los hijos de Érica y de Alberto ya estaban grandes, así que cada cual andaba en lo suyo. Febe, Érica y Alberto cenaron, y luego vino una larga sobremesa. El padre de Érica, Mario, había fallecido hace algunos años por una enfermedad al corazón. Hablaron de Mario, de los nietos, de los tiempos pasados, quizás como típica sobremesa entre familiares adultos. Y salió a colación el tema de que ambos, Érica y Alberto, extrañaban el tiempo en que su matrimonio estaba empezando. Eran las 2 de la madrugada cuando empezó a tocarse ese tema. Érica hizo un comentario: 
-Si estuviéramos recién casados, saldríamos a caminar, no importa que sean las 2 de la mañana. 
Alberto sonreía como quien recuerda una práctica ya definitivamente abandonada. En eso Febe irrumpe con una acotación inesperada: 
-¿Y por qué no salen a caminar?. 
-Es que es muy tarde, mamá, y hace un poco de frío -señaló Érica. 
-¡Pensar que en ese tiempo no nos importaban nada ni el frío ni la hora! -expresó Alberto.
-¡Vayan! -dijo Febe- ¡Pololeen! ¡Aprovechen que están casados! 
Érica y Alberto se miraron unos segundos, en silencio, atónitos del comentario de Febe. Alberto cobró ánimo, tomó de la mano a Érica, y le dijo a su suegra: 
-Tienes toda la razón, Febe. 

Alberto y Érica se despidieron de Febe, y salieron a caminar. Eran las 2:27 de la mañana. 

Por Andrés Yáñez.