lunes, 25 de enero de 2010

¡Dios, sálvame!

Cierto hombre naufragó y quedó en medio del mar, rodeado nada más que por la soledad y el oleaje del agua. En tan adversa circunstancia elevó un rezo desesperado:
- ¡Dios, sálvame, ayúdame!
De pronto, un barco pesquero se acercó, y uno de sus tripulantes le lanzó una cuerda al náufrago y luego le gritó:
- Hombre, toma la cuerda bien firme para que te saquemos del agua.
El náufrago con una insólita seguridad le contestó:
- No se preocupen, yo le pedí ayuda a Dios, así que dejaré que él y sólo él me rescate de esta situación. Atónitos, los pescadores respetaron la resolución del náufrago, y se fueron.

El náufrago ya había pasado varias horas en el agua, y levantó nuevamente su clamor a Dios:
- ¡Dios, Dios, ayúdame, sálvame de esta situación!
Al cabo de un rato, se acercó otro barco, el cual se encargaba de transportar mercadería desde y hacia distintos países. El capitán de dicha embarcación fue informado de la presencia de un hombre totalmente abandonado en medio del océano. El capitán inmediatamente ordenó lanzar al agua un chaleco flotador y una cuerda. La tripulación del barco a esa altura estaba totalmente enterada de la situación del náufrago. Obviamente, todos esperaban que este hombre tomara la cuerda y comenzara a colaborar para ser rescatado. Pero, al contrario de lo que todos lógicamente estaban esperando, el náufrago no realizó ningún gesto para asirse del chaleco y la cuerda.
- Pueden irse - vociferó el náufrago - Dios me va a salvar.
Con un asombro sólo semejante a la infinidad de aquel azul paisaje oceánico, la embarcación retiró el chaleco y la cuerda, y siguió su rumbo.

Ya había pasado un largo tiempo, y el náufrago veía cómo el arrebol anunciaba el final de ese día. Habían sido horas de estar clamando a Dios, de soportar la luz directa del sol, y de percibir cómo su cuerpo tiritaba cada vez más por el progesivo descenso de la temperatura del agua.
De pronto, se acercó una nueva flota. Ésta era más pequeña que las anteriores, pero a la vez era más veloz y aparentemente había sido enviada luego que los pescadores del primer barco reportearan la situación de este náufrago.
- Fuimos informados de tu situación - gritó un hombre que vestía ropa y gorra de marino.
El náufrago, con frío, hambre, insolación, cansancio y hasta cierto miedo contestó:
- No se preocupen por mí, Dios me va a salvar.

El sol ya se había ocultado y el hombre tras casi todo un día de estar luchando y esperando la respuesta de Dios, de pronto vio agotadas sus fuerzas. En un último rezo, y evocando las palabras de Cristo en la cruz, el hombre exclamó:
- Dios, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Tras un breve lapso de tiempo, los signos vitales abandonaron su agotado y frágil cuerpo.

Al llegar al cielo, antes que una alabanza, este hombre emitió a Dios una protesta:
- Estuve pidiéndote todo el día que me salvaras de esa situación, ¿por qué no lo hiciste?.
La respuesta... francamente asombrosa:
- Te oí y te envié ayuda. Mandé tres barcos a rescatarte, o sea, te dí tres oprtunidades que tú decidiste desaprovechar.
Luego de unos segundos de silencio y reflexión el hombre replicó:
- Ahora me doy cuenta de algo...
- ¿De qué? - le dijo Dios.
El hombre respondió:
- Tus respuestas y tu ayuda no siempre se manifiestan como uno se lo imagina, pero siempre están.

(Desconozco al autor)

4 comentarios:

  1. Buena reflexión amigo... Conocia la historia pero la ultima frase es magnifica... Da que pensar. Saludos.

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  2. APRENDI MUCHO DE ESTA HISTORIA, LA OPORTUNIDADES Y AYUDAS DE DIOOOS ESTANN PERO UNO LAS VE DE OTRA FORMA.......AHORA COMPRENDO...

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  3. Cuantas veces puedes ser la barca de alguien.... Cuantas veces serás el naufragó pon siempre a Dios en tu corazón para que te de la respuesta expresada en tus acciones

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  4. Estás reflexiones para los que no quieren vacunarse

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