viernes, 11 de abril de 2014

Crónicas de Cardoso

Cardoso era un tipo común y corriente, pero tenía ciertas preferencias, distintas al promedio de las personas. Su apariencia no llamaba en absoluto la atención, pero, por ejemplo, le gustaba mucho la soledad. Era típico querer verlo "aislarse", en contraste con los demás que procuraban generalmente socializar. Más de una vez sus cercanos le criticaron dicha inclinación a la soledad. Lo tildaban de mala onda, de ermitaño, de autista. "Robinson Crusoe", le decían a modo de broma, ante lo cual él mismo se reía. 

Un día, conforme pasó el tiempo, logró hacer realidad un sueño que tenía desde hacía años: irse a vivir solo a una a casa medianamente cómoda. Trabajó, ahorró, incluso se endeudó un poco. Pero nada esfumaba en él la satisfacción de haber alcanzado la realización de ese sueño. 

Cuando llegaba a su casa, su nueva casa, aparte de todo ese ritual propio de quien llega a su domicilio -sacarse la mochila, el abrigo, encender las luces si ya es de noche, etc.-, solía dar un gran suspiro de alegría, el cual era acompañado por una fiel sonrisa. Prácticamente siempre decía algo así como: "¡Pucha, qué placer estar acá!". Seguido de eso, ponía alguna música suave, y se ponía a hacer labores hogareñas, como cocinar, lavar platos, o simplemente se sentaba en su sillón a respirar su nuevo ambiente. 

A pesar de su incomprendido aprecio por la soledad, no eran extrañas las veces que él llevaba visitas a su casa. De hecho, su domicilio se convirtió en poco tiempo en una de las primeras opciones de punto de reunión de amigos. Cardoso se sentía contento de que sus amigos contaran con su casa. 

Pero no solo llevaba patotas a su casa. A algunos amigos, a los más cercanos, les dijo: "Cuando quieran soledad, avísenme". Cardoso habilitó en su nueva casa una habitación suficientemente equipada para recibir visitas. La condición era explícita: nadie debía interrumpir su romance con su valoradísima soledad. La oferta no se dejó esperar. 

Uno de sus cercanos, Coke, estaba enfrentando días adversos. Necesitaba cambiar un poco el aire de siempre. Se animó, y le preguntó a Cardoso si el ofrecimiento seguía en pie. "¡Claro que sí!", le dijo Cardoso. "Cuando quieras". A los dos días Coke se fue a la casa de Cardoso. Y ahí estuvo un poco más de una semana. Casi no dialogaban. Cardoso tampoco se detenía a juzgar la cotidianidad de Coke -que, por cierto, dejaba mucho que desear. 

Al cabo de los días, cuando Coke ya se sentía mejor, decidió regresar a su casa. Se sentía muy agradecido con Cardoso. Le preguntó: "¿Cuánto te debo?". Cardoso lo eximió de cualquier tipo de pago. Coke no entendía por qué tanta generosidad. Esto mismo Cardoso lo reiteró muchas veces con distintas personas. 

Es así como varios de los amigos de Cardoso decidieron ir a su casa, paradójicamente, a recibir la compañía de esa soledad de la cual tantas veces se burlaron. 

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